El hombre apepinado de orejas imposibles y cara de aburrimiento eterno puso de moda el gesto, siempre en silencio, sin emoción alguna que ayudase al resto de los mortales a entender qué galaxias siderales estaba pidiendo. Algún avispado lo tomó por un saludo, y así se quedó, hasta ahora.
Gracias a un grupo de urólogos coreanos aquejados de algún que otro complejo nos hemos enterado de que el tamaño del pene estirado -que no erecto- está inversamente relacionado -escala logarítmica cuántica arriba o abajo + 1- a la diferencia de altura entre el dedo anular y el dedo índice de cualesquiera de nuestras manos o algo parecido o sólo de la derecha. Es decir, a mayor diferencia de altura entre ambos dedos, pene más enano. A menor diferencia, llamadnos Nacho & Sifredi.
Con un descubrimiento tan revolucionario, como prescindible para profanos y amantes de los sellos, el mal llamado saludo de Spock cobra una nueva dimensión, siendo bastante evidente que el vulcaniano no se iba a ninguna parte, sino que compartía con nosotros el tamaño de su pene estirado -que no erecto-, quizá como rito previo al apareamiento, como señal de protesta, o para indicar que se la sudaba todo.
Quién sabe.
Lo importante de toda esta tontería de proporciones matemáticas es que, por fin, sabemos a ciencia cierta que la última frontera, allí donde no ha llegado hombre alguno aún, no es un lugar en el espacio galáctico, sino una meta inalcanzable para la mayoría de los falos de andar por casa.